Me gustan mucho las frases históricas. Una de mis favoritas es “Alea Iacta Est”, no solo por la frase en sí, sino por el contexto en el cual fue dicha. Pongamos en situación.
Julio Cesar y Pompeyo
Tras la muerte del dictador Silas, la República de Roma se encuentra en una dificil situación. El Senado trata de mantener su poder entre las luchas de poder. Oficialmente, el poder máximo en Roma sigue siendo el Senado. De manera extraoficial, el poder está en manos de un triunvirato, formado por Pompeyo, que había librado a Roma de los piratas del mediterráneo y de la revuelta en Asia, Craso, que había aplastado la revuelta de esclavos de Espartaco y Cesar, vencedor de la guerra de las galias.
El equilibrio de poder se rompe con la muerte de Craso en Asia. Pompeyo cambia su posición y pasa a apoyar al Senado, frente al poder creciente de Cesar. En efecto, Cesar había estado amasando demasiado poder militar, tras una serie de conquistas realizadas por su cuenta y el reclutamiento de más legiones de las permitidas.
En esta situación, con Pompeyo al lado del Senado y Cesar manteniendo la opinión de que el Senado es un lastre para el crecimiento de Roma, Julio es llamado a comparecer ante el senado, sin sus ejércitos.
El paso del Rubicón
Estando así las cosas, Julio Cesar se rodeó de sus legiones y se acercó con ellas hacia Roma. En un momento dado, llegó ante el río Rubicon, que marcaba la frontera entre las provincias a su cargo y el resto de la República. En este momento, Cesar se quedó parado. Sabía que si azuzaba a su caballo y seguía hacia adelante, se convertiría de manera automática en un traidor a Roma.
Cesar, tras pensar un poco que hacer, se giró y preguntó a sus legionarios si estaban dispuestos a seguirlo hacia Roma. Les hizo ver que de hacerlos se convertirían en criminales ante el Senado, que se iniciaría una guerra civil y que, de fallar, pasarían a la historia como enemigos de la gran Roma.
Los legionarios respondieron: Aut Caesar aut nihil (O Cesar, o Nada) reafirmando su lealtad inquebrantable a Julio. Una vez obtenido la aprobación de sus tropas, Julio cruzó el rio y comentó: “Alea Iacta Est” (La suerte está echada, literalmente: los dados han sido lanzados”)
Había empezado la Segunda Guerra Civil Romana. Una guerra que cambiaría el curso de la historia y que acabaría con cesar como Dictador de Roma y los poderes del Senado reducidos. Un futuro imperio había nacido.
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