El viernes nos levantamos y nos fuimos a comer al Mensa, que es el comedor universitario de Stuttgar. Destacar que te ponían más o menos la misma cantidad de comida que en el comedor universitario de la UAB , pero por dos euros menos. Y destacar también que en vez de dejar las bandejas con los platos sucios en una mesita móvil, como aquí, se dejaban en una cinta transportadora que automaticamente separaba la basura y limpiaba la loza. Espectacular.
Una vez echo esto, nos fuimos a un centro comercial que era algo así como el Alcampo de Alemania. Compramos cantidades irracionales de comida y bebida y una de las Erasmus se fue a darse una sesión de rayos uva, pues decía que estaba muy blanquita. ¡Joé, que estás en Alemania, como quieres estar! También hicimos la compra de alcohol. Con nosotros estaba el super erasmus borracho, que hizo el siguiente reparto: 4 quieren ron, 6 whiskey, pues compramos 4 botellas de ron, 6 de whiskey, 2 de tequila y 6 cartones de tinto. Como veis, la vida erasmus lleva a la degradación de cuerpo y espíritu. Pero al menos es divertida.
Tras esto fuimos a comer a la habitación de un colega que tenía un póster de la última cena de DaVinci, donde Jesús aparecía como crupier y los apóstoles con cartas de poker y cubatas en la mano. Bajo tal muestra de herejía estuvimos bebiendo mientras venían más gente, convirtiendo el lugar en una versión alcohólica del camarote de los hermanos Marx. A todo esto, una chica me vio y dijo «Anda mira, carne fresca». Si señores, así es la vida erasmus, que convierte a un tipo con tanta clase como yo en un simple trozo de carne fresca.
Cuando la habitación ya estaba peligrosamente repleta, nos marchamos al campus y seguimos bebiendo, mientras un chico amenizó la noche guitarra en mano, cantando grandes clásicos de los 80 y de los dibujitos animados de los 90. Estábamos a la espera de ir a una fiesta que organizaban unos polacos amigos de una erasmus catalana.
La llamada llegó y nos fuimos en el metro hacia nuestro destino, como cubas a estas alturas de la noche, que por cierto, no eran aún ni las 10. La fiesta de los polacos es el tipo de fiesta que os podéis imaginar de un país del este de Europa. Es decir un antro oscuro donde la única bebida disponible era un extraño vodka asesino que te quitaba un mes de vida por cada chupito consumido. Ante este encantador panorama estuvimos bebiendo un poco más, hasta que no quedó alcohol y nos decidimos a irnos de allí hacia otro lugar.
Continuará.
En la próxima entrega:
– Absenta
– Perdido en Stuttgart
– Comiendo desperdicios
– La alfombra mágica
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